He apagado todas la luces.
Como me pediste que hiciera.
Ni siquiera este olor de incienso hace que me relaje un poco, no soy capaz de ir más despacio.
No paro de mirar el reloj, deseando que llegue la hora.
Nuestra hora.
Mientras tanto, sigo paseando, a oscuras, fijándome en la claridad de las ventanas por si de repente, apareciese tu sombra, como de costumbre.
¿Creíste que no sabía que me observabas?, sentía tu mirada, aquellos magníficos ojos negros, siguiendo mis movimientos, mi cuerpo.
¿Olvidas que también pertenezco a la noche?...
¿No te has fijado en mi sonrisa cuando apareces?
Sí, sonrio, porque me encanta esa mirada de deseo.
Haces que me sienta débil, mis pierna flojean y hasta incluso puede que sienta un poco de miedo.
Este miedo embriagador que me hace querer más.
Silencio, solo hay silencio, excepto mis pasos nerviosos y descalzos.
Y mi respiración.
Esta espera me está matando, por qué me torturas de esta manera....
Te imagino, entrando por fin, sin darme cuenta.
Y cogiéndome de la cintura, con esas fantásticas manos.
Tu abrazo tan cálido, rodeando mi fría piel. Mis manos acariciando tus cicatrices de la espalda.
Mi cabeza apoyada en tu inmenso pecho.
Me siento tan protegida....
Cojo tus manos, y te llevo a mi habitación, donde he estado preparándolo todo tan minuciosamente, se ha convertido en un ritual, el ritual de cada noche.
Solo para ti.
Te miro.
Otra vez este miedo, y este escalofrío.
"Bésame", me pides susurrándome al oído.
Toco tus extraordinarios labios con mis dedos, aún sin creerme que los tenga tan cerca y obedezco.
Me aprietas con más fuerza y siento esa oleada de calor, que me hace perderme en tu boca, tus caricias, en ti.
Te imagino, te imagino...... creo haber visto tu silueta moverse rápidamente por el ventanal.
Apareces ante mi.
Sonrío.