
Hice todo lo posible por intentar que olvidara ese vacío, bajo la atenta mirada de su marido, constantemente protegiéndola.
En esa mesa redonda, rodeadas de desconocidos.
Mis conversaciones eran absurdas, pero conseguí unas cuantas sonrisas.
Aunque los silencios que las proseguían eran muy duros.
De repente ella bajaba la mirada, hacia sus manos apoyadas en su regazo, le recordaba y esa sonrisa se borraba automáticamente.
Con cada carcajada ocurría lo mismo.
Como si pidiese perdón, como si estuviese mal que "disfrutara algo".
Perdió a su hijo hace unos cuatro años.
Para ella es como si hubiera ocurrido ayer.
Lo arrastrará toda su vida.
Ese dolor es el peor que puede existir.
El dolor no físico.
El dolor del alma.
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